sábado, 24 de octubre de 2009

Bakumatsu

Reciben el nombre de Bakumatsu los años finales del Bakufu, esto es, del shogunato Tokugawa, conocido también como período Edo, ya que ésta fue la capital de su gobierno.
El Bakumatsu fue una etapa altamente conflictiva, en la que lidiaron dos distintas posturas: la conservadora y la progresista, la que apostaba por continuar con el sistema feudal de los Tokugawa y la que creía que Japón necesitaba cambiar y adoptar un nuevo método político-social.
Todo comenzó en 1853, con la llegada de la Armada estadounidense, liderada por el comandante Perry, a las costas niponas. Japón había permanecido cerrado al exterior durante toda su historia y la idea de permitir el comercio con una potencia como Estados Unidos era inaudita y ponía en terreno poco firme lo que hasta entonces nadie se había atrevido a cuestionar. Se habló de guerra, pero finalmente se abrieron tres puertos a los americanos y se firmó un tratado de paz. Sin embargo, Estados Unidos exigió más a Japón a cambio de protección contra potencias europeas, y así tuvo que abrir muchos otros puertos, negociar con ingleses y holandeses, bajar los aranceles, permitir la libertad de residencia de mercaderes americanos (sometidos a las leyes de su país y no a las de Japón)...
Era una situación caótica para un pueblo que hasta entonces dependía únicamente de sí mismo, y así hubo numerosos conflictos xenófobos con sus nuevos vecinos, perpetrados sobre todo por clanes anti-occidentales.
La economía experimentó también problemas, pues había grandes tasas de desempleo y de bancarrota.
El emperador Hironomiya escribió una "Orden para expulsar a los bárbaros", y se puso una fecha límite para echarlos del país. Empezaron a tomarse acciones, algunas de las cuales escaparon de las órdenes del emperador, y se produjo una creciente hostilidad entre las potencias occidentales y Japón. Hubo enfrentamientos significativos con Estados Unidos y con las tropas aliadas (Gran Bretaña, Francia y Holanda) y episodios tan memorables como el bombardeo de Kagoshima.

La guerra civil (denominada guerra de Boshin) era imparable, dado el descontento del pueblo, y especialmente de los daimyos, con el shogunato, y así algunos samurais que estaban a favor de la eliminación del shogunato, como Saigo Takamori (perteneciente al clan Satsuma y que en el año 11 de la Era Meiji se levantaría contra el nuevo gobierno) o Kogoro Katsura (del clan Choshu), formaron extrañas amistades con diplomáticos europeos y favorecieron actos rebeldes en favor de la desaparición del shogunato.
El Shinsengumi, policía política especial del régimen, se ocupó de la defensa de Kioto a toda costa, sofocando revueltas y ataques de los pro-imperialistas, y protagonizó algunos actos famosos como el Asunto Ikedaya, en el que sorprendieron a los shishi que se reunían en la posada Ikedaya para planear incendiar la ciudad.
La batalla de Toba-Fushimi duró cinco días a comienzos del año 1868 y se produjo en los suburbios de Kioto. Fue totalmente decisiva y de ella se extrajeron las consecuencias que cambiarían el curso de la historia: Yoshinobu Tokugawa y varios de sus colaboradores directos se vieron forzados a huir a Edo y los conservadores se rindieron al ser abandonados por sus superiores. El Castillo de Osaka cayó en manos de los imperialistas y pronto lo haría también el Castillo de Edo, donde no se encontró ya una resistencia demasiado importante.
Se tardó un año en someter a las fuerzas shogunales que persistían en diferentes puntos del país, como Aizu, Sendai y Nagaoka.
El 26 de octubre de 1868, Edo cambia su nombre por el de Tokio (nueva capital) y se inicia la Era Meiji, que marca el inicio del Japón moderno y el final de la casta samurai.



Desde que vi y leí Rurouni Kenshin por primera vez, me apasiona toda la historia de este período, que en realidad no es más que una guerra civil en la que pelearon diferentes puntos de vista, con ese sentido japonés de los ideales, de la lealtad y del honor que unas veces me enferma, pero otras me produce admiración (honor en este caso no es necesariamente sinónimo de espada, porque en esta guerra hubo ametralladoras Gatling y Armstrong importadas de Occidente a patadas).
Lo más interesante, desde mi punto de vista, es precisamente ese empeño y ese idealismo con el que pelearon, por defender aquello en lo que creían, grupos organizados como el Shinsengumi, el Oniwabanshu o los Ishin shishi, o incluso el Sekihoutai, formado más tarde.
Aunque, como decía Watsuki (autor de Rurouni Kenshin), todos nos hacemos fans de estos personajes históricos a través del manga o de películas, hoy por hoy yo puedo decir que me apasiona leer más y más sobre la historia de ese período y que, el día que pise Kioto, recorreré palmo a palmo las calles sobre las que combatieron con sus espadas ensangrentadas Toshizo Hijikata, Gensai Kawakami, Izo Okada, Hajime Saito y, por supuesto, todos esos civiles en la sombra que no transcendieron en la historia.

Otro día soltaré el rollo del Shinsengumi.

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