lunes, 9 de junio de 2014

Examen de fin de curso

El curso termina y es hora de hacer inventario y reflexionar sobre aquellas cosas que he sacado en limpio de estos diez meses en Parla, en la Comunidad de Madrid, como maestra de Educación Infantil, como aquello para lo que (se supone que) me he formado en la Universidad. No me he visto (todavía) obligada a emigrar ni tampoco es que me haya lanzado al vacío, pero para mí este curso ha sido toda una prueba, una zancada considerable en mi trayectoria hasta la fecha y una aventura a recordar.
Hay dos grupos de conclusiones básicas en las que quiero pensar: aquello que he descubierto acerca de mí misma durante este tiempo, y aquello en lo que he mejorado. Confío en que me servirá para seguir adelante sin reducir la velocidad.

Qué he aprendido sobre mí:

1. Soy inmadura. Más de lo que creía, desde luego. Cuando se te saca del lugar donde estás cómoda y te plantan en el ruedo para que te enfrentes tú sola al toro (perdonad el símil con algo tan nauseabundo como la tauromaquia; me duele más a mí que a vosotros), te das cuenta de cuánto rodaje te falta para ser analítica, eficaz y profesional. Te explotan en la cara todas esas actitudes que van en contra de lo que tú misma esperas de ti. Todavía tengo mucho que crecer.
2. Soy fuerte. Lo que para mí es duro puede no serlo para otros, pero sólo yo sé lo que me ha costado enfrentarme a cosas como la soledad (a nivel personal y profesional; física y psicológicamente), la inseguridad, la incomprensión y el egoísmo. Pero lo he hecho y he salido airosa, y ya no volverá a doler tanto.
3. Aprendo despacio, pero aprendo. Es lo bueno de esforzarse día a día. Hay capacidades que nunca conseguiremos dominar con maestría, pero, si trabajamos en ellas con ganas, llegaremos a ser, como mínimo, muy buenos. Creo firmemente en ello y sé que ya he mejorado un poquito.
4. No voy a entrar al trapo. No sólo he comprendido cosas sobre mí, sino también sobre la gente, en términos muy generales. Y no me da la gana de seguirles el juego a aquellos que se creen que pueden hacer y deshacer para su propio beneficio. No soy la marioneta de nadie. Y no, no voy a malgastar mi tiempo en intentar cambiar a los demás; ya lo harán ellos si quieren y, sino, que se mueran del asco aguantándose a sí mismos. Bastante tienen.
5. Me adapto con facilidad. Mi primer mes y medio en Parla fue una pesadilla, es más, las primeras dos noches aquí fueron una de mis peores experiencias. Pero conseguí librarme de la depresión mucho más rápido de lo que hubiera esperado, ¡y de pronto me encontré nuevamente a mí misma! He aprendido que puedo vivir en cualquier parte (mientras cumpla unas condiciones básicas de salubridad), y que puedo ser feliz allá donde esté.
6. Tengo un carácter templado. Esto lo sabía, pero el haber tenido que ponerlo a prueba me ayuda a reafirmarlo. Aunque debo añadir que también puedo ser impulsiva y perder los nervios con facilidad en determinados contextos o situaciones. Pero lo cierto es que sigo siendo la persona tranquila de siempre y soy capaz de gestionar conflictos de forma bastante satisfactoria. Como cuando "la Coque" me gritó, en 4º de la E.S.O., como una posesa, que me quedara con esos "chinos de mierda" y solamente le respondí: "Japoneses". Me gusto cuando tomo el control.
7. Mi ocio es sagrado. Necesito horas de tiempo libre, necesito leer, visitar museos, ir al campo, jugar al Candy Crush Saga y pasar tiempo sola. Y le agradezco a Madrid todas las oportunidades que me ofrece para no sacrificar por nada mis horas sin trabajar.

Qué he mejorado sobre mí:

1. Me he vuelto más permeable. Me importa mucho menos qué pueda pensar el personal sobre mí, cómo se puedan tomar algunas cosas o qué sinsentidos puedan plantarme delante de las narices. Para ser feliz y vivir tranquila, necesito ser honesta, y lo seré. Sigo prefiriendo callar para evitar conflictos que no tendrán ningún resultado positivo, pero, si se pide mi opinión, la daré sinceramente y me va a importar poco la respuesta externa mientras mi conciencia esté tranquila.
2. He ganado seguridad. Al menos, una poca. Me he tirado del trampolín las veces suficientes como para seguir obligándome en el futuro. El miedo sigue ahí, pero puedo ver a través de él.
3. He dado el 100%. He llorado cuando he tenido que llorar, reído cuando he tenido que reír, perdido los papeles cuando ha tocado... Me he dado cuenta de que sí, me importan las cosas, y mucho, y no tengo ningún interés en negarlo. Al revés, me alegro de haber tenido la oportunidad de sufrir porque algo me importaba de verdad.
4. He aprendido a mantener la calma en situaciones desesperantes. Que sí, que siempre he sido tranquila, pero cuando algo se me escapa por completo puedo perder los nervios. Y esto he aprendido a gestionarlo mejor y a buscar recursos y soluciones en lugar de gritar socorro.
5. Me he acostumbrado a pedir ayuda un poco más a menudo. No me gusta molestar a los demás, pero, si realmente necesitas que te echen un cable, o lo pides o (casi) nadie se parará a pensar en ti. Eso me ha quedado clarísimo.
6. Una cañita no mata a nadie. Odiaba la cerveza hasta que me acostumbraron a eso tan madrileño de "una antes de irnos a casa". Los momentos de conversación distendida y de descanso momentáneo con mis compañeros de trabajo han supuesto mucho, y es que nuestra profesión no es de las fáciles, ni de las que te permiten desconectar en cuanto das media vuelta.

Hasta aquí las cosas que se me han ocurrido, aunque probablemente haya más. Toda experiencia es positiva en tanto en cuanto podamos obtener de ella un aprendizaje y, sin duda, para mí ha sido un curso académico de lo más interesante y ya me siento un poquito madrileña.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Al comentar en este blog, manifiestas conocer y estar de acuerdo con la Política de Privacidad del mismo.