martes, 16 de agosto de 2016

Los sueños cumplidos


Diez días se pasan tan deprisa que tengo la sensación de que he estado todo el tiempo aquí, en casa, en lo familiar; de que no he cumplido uno de mis grandes sueños, de que no he amado cada segundo de él.
Es raro porque llevaba queriendo pisar Finlandia desde los catorce años; casi nada, ¡tengo el doble de esa edad! Parecía un punto lejano en el mapa, y caro, y bastante improbable; tal vez porque soy especialista en echar por tierra mis propias esperanzas, aunque luego me motive y vaya a por todas. La contradicción, la lucha interna, la zancadilla, forman parte de mí.
En fin, ¡que, catorce años más tarde, he amanecido en la tierra de mis sueños y me he ido a dormir en la tierra de mis sueños! He comido, he caminado, me he reído, he escrito y he leído Harry Potter en ese lugar que me enamoraba en la distancia y me transmitía ideas que han resultado estar completamente vivas en mi experiencia allí.
Pocos minutos y ya no había miedo, ya no había reservas, ya no había paracaídas. Me lancé a mis diez días en ese país de introvertidos que no lo son tanto, pero que respetan profundamente tu espacio y privacidad; a esa tierra de palabras imposibles que acabé reconociendo y utilizando, a esos paisajes de paz desnuda y naturaleza serena. Y los he disfrutado más de lo que hubiera soñado, pues Finlandia es todo cuanto esperaba: silencio, calma, organización, amabilidad, magia. Y también muchas otras cosas que no entiendo cómo todavía algunos niegan: bullicio, calidez, generosidad.
Ha sido una experiencia completa, desde compartir piso con AirBnB a recorrer parte del país en tren y navegar por el Báltico y el incomparable lago Saimaa, junto al cual daría lo que fuera por vivir el resto de mis días. Ha habido poesía a cada paso, desde la llena de vida y diversidad pero tranquila Helsinki (que sentí como mi hogar), a las ciudades pequeñas del este que se integran en los bosques de Carelia (Joensuu, volveré a ti), pasando por una antigua capital llena de buen humor y música. Finlandia es bonita se la mire por donde se la mire, pero me llevo en un lugar especial los mercados de calle, esos momentos en que gente anónima me empezaba a hablar en finés convencidos de que lo comprendía, las tiendas de segunda mano llenas de discos de metal, la locura con Pokémon Go a la que me sumé y con la que me divertí tanto, los momentos de soledad observando y escuchando; simplemente desapareciendo en la maravilla del paisaje, del jaleo, de los olores que escapaban de los puestos en cada Kauppatori.
Me he demostrado muchas cosas a mí misma. La primera, quizá un poco absurda porque ya estaba más que clara, que puedo viajar sola perfectamente y no sentir ningún tipo de ansiedad por ello; al revés, me ha hecho entablar conversaciones que de otra manera no habrían existido y me ha permitido conocer mejor el idioma. La segunda, que, por más que me intimide entrar en ciertos sitios o dirigirme a ciertas personas, puedo hacerlo y de hecho lo hago. La tercera, muy tonta, que mi nivel de inglés sigue siendo bueno; y es ridículo porque soy maestra de inglés y tengo certificados suficientes (sacados sin preparación) como para quedarme tranquila al respecto, pero soy tan insegura que me pongo en duda todo el tiempo, y este tipo de experiencias en que no hablas otro idioma en doce días (contando con los de viaje, ya que me comí un total de veinte horas en Gatwick) te dan una bofetada de realidad.

Ha sido el viaje de mi vida y es un país al que TENGO que volver. Un país que me ha hecho sentirme más cómoda de lo que me había sentido en ningún lugar, que respeta el silencio y el espacio de cada uno, pero que abre sus brazos a quien lo visita.

Catedral ortodoxa de Helsinki

Lago Saimaa y castillo de Olavinlinna

Joensuu con su iglesia evangélica luterana

Fortaleza de Suomenlinna, bahía de Helsinki

Río Aura y catedral de Turku

Iglesia de Naantali, Turku

Tallin, Estonia

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